martes, 31 de octubre de 2017


LA METAMORFOSIS DE UN NEGOCIO
Relato


Adalberto Castañeda atendía su profusamente surtida tienda en un barrio de clase media de la ciudad; estaba muy bien situada cerca a la iglesia y en medio de la farmacia y el salón de billares. La clientela desfilaba sin cesar, demandando víveres, productos de aseo, golosinas, cigarrillos,elementos de escritura, pegantes, papeles de regalo, refrescos, tintos y “pericos” (pequeñas tazas de café con leche); también vendía Adalberto, en los últimos tiempos, minutos de teléfono celular y hasta boletas de rifas por encargo de algunos amigos.

Vivía holgadamente Adalberto con su familia y decía que no necesitaba “pedirle más a la vida”, hasta que se le aparecieron dos plagas: primero, la “vacuna”; un día le llegaron de visita un par de muchachos que le empezaron a hablar de los peligros que lo acechaban y de la protección que ellos podían darle mediante una cuota “insignificante”, así el y su familia podrían dormir tranquilos y los muchachos, con su “combo”, tendrían “con que comer” gracias a las contribuciones de todos los negocios del entorno; poco después abrió, en un local de la esquina, el mercadillo “Expreso” de una conocida cadena de supermercados que estaba imponiendo este nuevo formato para quitarles la porción de mercado a las tiendas de barrio.

Nada se ganó Adalberto con acudir a hablar con sus vecinos de la carnicería, el cafecito, la legumbrería, la otra tiendita, la peluquería... Todos le contaron que ya estaban pagando la contribución desde hacía tiempo y que los combos se las arreglaban violentamente con los que se negaban al pago. Tampoco pudo, con sus compinches de la tiendita y la legumbrería, encontrar una estrategia para hacerle contrapeso al “Expreso” y, por el contrario, se fueron viendo cada vez más acorralados por las “promociones” de ciertos productos clave de primera necesidad, por debajo del costo.

Echándole cabeza al problema, se decidió Adalberto a liquidar la tienda y reformar el local y alquilarlo para algún comercio de moda. Así podría vivir de la renta que le darían ese alquiler y los intereses sobre los ahorros que le había dejado la tienda, depositados en un fondo. Arregló, pues, el local con piso nuevo, mostrador de lujo, servicios de aseo y energía renovados y no tardaron en tomárselo, a condición de hacerle otras adaptaciones menores, para una tienda de alquiler de películas, negocio que estaba en furor en esa época. La dotaron muy bien, quedó preciosa y comenzó a llenarse de gente. Le pagaban el arrendamiento cumplidamente y el se sentía pleno con sus ingresos, que le daban para pagar holgadamente los gastos del hogar y darse algunos gustos con su esposa y los niños.

El primer gran gusto fue un paseo al mar, que disfrutaron bastante. En una salida a la playa, se prendó Adalberto de una muchacha pocos años menor, que estuvo cercana a ellos toda la tarde, con quien entablaron conversación y, aunque estaban en grupo, ambos se daban furtivas miradas. Resultó que ella vivía en la misma ciudad de origen y no fue difícil pedirle, pero sí muy disimuladamente, el número de teléfono, para “cualquier charla un día por allá en la ciudad”. De regreso, estaba el hombre muy entusiasmado pensando en la muchacha, pero en pocos días la olvidó y siguió muy dedicado a sus deberes familiares y a la búsqueda que había emprendido recientemente de alguna actividad para estar ocupado, generar más ingresos y dejar de hacerle mandados a la señora y de ayudarle con la escoba.

Comenzó a vender artículos de papelería por una ventana de la casa, aprovechando el hecho de que por allí pasaban los colegiales a mañana y tarde y tuvo suerte, pues no le faltaban la muchachada comprando cartulinas, carpetas, hojas de papel carta, ganchos legajadores, lápices, bolígrafos, borradores, pegantes, forros transparentes, y comenzaron a demandar servicio de fotocopia, lo que lo llevó a comprarse una fotocopiadora a crédito. Nuevamente le sonrió la suerte con la venta de copias, pero a sus inquilinos les dejó de sonreír el alquiler de películas: los clientes se los llevaron, primero la multinacional Bloobooster y después la TV por cable y los “piratas” que empezaron a vender copias a la mitad del precio de un alquiler; decidieron, entonces, cerrar y le devolvieron el local.

Su mujer le recomendó trasladar para allá la papelería. “Ha crecido mucho y casi no cabe en la casa y a toda hora se ve muy desordenada”. “Pero si me instalo allá me vuelven a vacunar”. “No, esa gente no ha vuelto – ya te hubieran vacunado aquí, viendo el movimiento que tiene el negocio; ese desfile permanente de muchachos lo nota cualquiera”. “Bueno, déjame pensarlo”. Y no lo pensó mucho; al lunes siguiente estaba instalando todo en el local y mandó a elaborar un vistoso anuncio. La clientela lo empezó a buscar allí y el movimiento, lejos de bajar, se incrementó.

El tamaño del negocio ya no le permitía defenderse solo y de nuevo su esposa intervino, para recomendarle tomar la ayuda de un empleado; “el sobrino de don Felipe te podría dar una buena mano y se le ayuda a ese muchacho que no está haciendo nada”. Pero, consultando esa noche con la almohada, le vino a la mente la imagen de Clarita, la muchacha que conoció en la playa; “sería la oportunidad de tenerla cerca, se dijo, todavía debo de tener su teléfono”. Al salir para la papelería por la mañana iba pensando que eso sería una locura; “solo por verla, ¿traerla a trabajar en algo de lo que no debe tener ni idea? – bueno, pero el sobrino de Felipe tampoco – ah, pero a Clarita no le va a interesar el tal trabajo, quien sabe en qué estará ocupada – bueno, puede que sí, nada se pierde con proponérselo”. Total que llegando al local fue marcando el número de Clarita y la chica se alegró al saber quien la llamaba; más se animó él y se decidió a soltarle la propuesta. “¡Ay! no estoy haciendo nada ahora y me caería de perlas... pero... en fin, ¿por qué no nos encontramos esta tarde en El Dinosaurio y lo discutimos?”.

A las seis cerró el negocio Adalberto y tomó el bus para el centro. Clarita ya estaba esperándolo en El Dinosaurio, muy arreglada y perfumada, y lo recibió con una cara radiante de felicidad. A Adalberto se le enfrió el estómago y la saludó emocionado. Si bien hablaron más de recuerdos del viaje al mar, de sus actividades desde entonces, de por qué no se volvieron a ver, de música, cantantes y películas, de planes para salir a cine o a bailar, no dejaron de concertar los términos de la relación de trabajo, con la promesa de Adalberto de entrenarla muy cuidadosamente y quedaron en que ella se presentaría el siguiente jueves en la papelería.

Al principio no le gustó a la esposa que no le hubieran aceptado colocar al muchacho, pero resultó tan eficiente Clarita que pronto la aceptó y empezó a confiar mucho en ella. La Clarita ya tenía algo de experiencia en venta de misceláneos, pero también algo de experiencia en novios y fue envolviendo sutilmente a Adalberto, quien en el momento menos pensado se vio dedicándole más atención que a su mujer, pero tuvo la precaución de no programar salidas amorosas con ella, solo cines, algún baile alguna vez y largos encuentros en un cafecito cercano.

Los malosos de un “combo” de la zona que habían detectado las salidas de Adalberto con su empleada, aprovecharon algún momento en que ella se ausentó y le plantearon el chantaje de frente: tuvo que empezar a pasarles dinero para que no le llevaran las noticias a Luz Elena, su mujer. Pasados unos meses empezó a sentir el hombre una doble carga: los pagos a los malandrines y el tormento de conciencia por el doble juego amoroso. Aunque hubiera llevado hasta ahora una relación muy “inocente”, si así se puede decir, con la muchacha, ella ya estaba pidiéndole dar pasos mas atrevidos, pero el quería seguir guardando “fidelidad” a su esposa. Se decidió entonces a terminar con Clarita y despedirla de su puesto, seguro de que así se libraría de ambas cargas.

La ruptura con Clarita fue dura para ambos; le pagó una liquidación jugosa por su trabajo y no se volvieron a buscar; pero el combito ya estaba muy contento con sus ingresos regulares y le advirtieron que aunque la muchacha ya no estuviera, ellos tenían fotos y era fácil inventar cuentos para llevarle a Luz Elena. Así que Adalberto decidió vender la casa, irse a vivir a otro barrio y empezar a ofrecer nuevamente el local en alquiler. Ante las inquisiciones de su esposa por tan extrañas decisiones, le decía que era tiempo de hacer un buen cambio; “dicen que a los 40 se cambia de trabajo, de casa o de mujer... ¿No prefieres que cambie de casa y de trabajo y nada mas?”

Le tomaron el local para una disquera. Hicieron un montaje lujoso y pusieron en venta todos los formatos: al frente, destacados, los LP y las cintas de casette; al lado los compactos de vinilo y atrás unos pocos ejemplares de dos tecnologías que estaban recorriendo caminos opuestos; los CD, que apenas estaban entrando y aún se vendían poco y los discos láser, que no habían logrado penetrar mucho en el medio y parecían estar condenados a la desaparición, pero todavía algunos los adquirían. También se encontraban allí los limpiadores de discos, los estuches y
aparadores para los mismos, las agujas, las cintas vírgenes y otros adminículos. No mucho tiempo después, comenzaron a vender tornamesas, grabadoras y equipos de sonido y se veía boyante el negocio.

Entre tanto, Adalberto volvió a vender en casa; esta vez se dedicó a ofrecer a bajo precio los discos y casettes que la disquera estaba descartando por cambio de temporada y se los cedían casi que en donación para su reventa. No significaba seria competencia para ellos, no solo por razones de la moda, sino también porque la casa estaba muy retirada del negocio. No está de más contar que nuestro amigo volvió a su “vieja temporada” con su esposa, después de haber cancelado del todo sus aventurillas con Clarita; el dinero del arrendamiento mas el de las ventas le daban suficiente para sacarla a comer con frecuencia, llevarla de paseo con los hijos, invitarla a bailar, comprarle ropa y alhajas...

Otra vez el destino le hizo una mala jugada: la tienda “Torres Discos” abrió varios puntos de venta en sitios estratégicos y rápidamente hizo morir por inanición a toda su competencia. El local volvió a manos de Adalberto y esta vez se quedó sin sus dos fuentes de ingreso simultáneamente. Tuvo que empezar a gastar de sus ahorros, que no tenía muchos. Luz Elena resolvió buscar trabajo para prevenir momentos peores; discutieron entre ellos si de ayudante en la boutique de una amiga o si de secretaria suplente a través de alguna agencia de empleos temporales; averiguando un poco en una agencia conocida encontró que empleaban secretarias por horas y le pareció la mejor opción porque le daba mas libertad de movimiento. Empezó el martes siguiente en el despacho de un abogado veterano, de 9 a 12 todos los días, principalmente asignando citas a clientes y mecanografiando documentos.

Una semana después, un cliente del abogado le propuso que le trabajara algunas tardes en unos encargos que el no podía atender. “¿De qué encargos se trata?”; “ya lo verás, si aceptas venir a mi casa mañana por la tarde; por supuesto que te pago el rato”. Se asustó Luz Elena, pero aceptó y al día siguiente se presentó en la dirección que le fue dada, que correspondía a un lugar muy remoto de la ciudad. Después de atenderla caballerosamente y ofrecerle un exquisito café, el hombre le explicó que su tarea consistiría en ir cada día, muy discretamente, a distintos lugares, que el le indicaría, a entregar unos encargos cuyo contenido ella tendría que desconocer. No se atrevió a contárselo a Adalberto, lo pensó toda la noche, rezó todo lo que sabía, pero al día siguiente se presentó a cumplir su primera misión.

Salió temblando de susto de la casa del misterioso señor a llevar un pequeño paquete a la dirección que el le dio. Estaba muy bien sellado, pero ella se resguardó tras un corpulento árbol a olerlo, pensando que podría detectar si contenía marihuana o drogas heroicas (olores que ella no conocía y curso de acción que tampoco sabría tomar ante el supuesto descubrimiento). La tranquilizó un poco el no sentir aroma alguno y siguió camino al paradero de buses; llegó en 50 minutos al sitio donde se tenía que apear en un barrio del otro extremo de la ciudad y caminó unas tres cuadras hasta encontrar la dirección. Timbró a la puerta, nuevamente temblorosa, pero la alivió que salió una adolescente bonita y de aspecto decente a recibir el paquete y le firmó sin reparos la boleta de entrega.

Muy similares siguieron siendo todas entregas, en sitios siempre muy diferentes, pero de paquetes también muy diferentes entre sí; unos de aristas muy rectas y constitución dura, otros irregulares y blandos; unos grandes y otros pequeños;pesados y livianos... “Esto no es droga, pensaba, mas bien será mercancía de contrabando; el hombre la pide al exterior y la redistribuye”. Un día sintió que la seguían y le dio gran susto, pero se volvió rápidamente, sin suerte para pillar al perseguidor. Al día siguiente pasó lo mismo y se decidió a no continuar con las entregas, pues creía estar en peligro. El viejo lamentó que le renunciara tan inesperadamente, pero la despidió con un buen premio en dinero.

Nunca se enteró de que era su esposo, Adalberto, quien la había empezado a seguir, pues sospechaba que se la estaba jugando con un hombre que le hacía buenos regalos; esto porque ella había comenzado a aparecer con atuendos, zapatos y adornos nuevos que se compraba con los jugosos pagos que recibía y a llevar buen dinero a casa, algo inexplicable con el supuesto oficio de auxiliar del abogado unos ratos de mañana y otros ratos de tarde, pues en ningún momento le contó del oficio de entregadora de paquetes, por temor a que el no se lo permitiera. (Tampoco se llegaría a enterar nunca Luz Elena de la naturaleza del tráfico del hombre misterioso).

Los celos ya se le estaban trasluciendo a Adalberto, su trato hacia ella cambió, respiraba desconfianza y la relación fue haciéndose difícil, pero un hecho vino a paliar la tensión: El local por fin se alquiló; fue tomado por una de las panaderías en boga. Montaron los inquilinos la panadería con sus mostradores de grandes vidrieras para los panes, postres y refrescos y otros giratorios para las muy decoradas tortas de cumpleaños y celebraciones; había profusión de mesas metálicas atornilladas al piso y grandes refrigeradores llenos de bebidas gaseosas y cervezas. Apostaban los vecinos a que la panadería no iba a durar mucho, acosada por las vacunas, pero el negocio se sostenía y las malas lenguas comenzaron a asegurar que pertenecía a una mafia y que entre malandrines no se “pisaban las mangueras”. Se sostuvo unos dos años, vendiendo mucho y al fin se le llegó la hora cuando en la cuadra siguiente montaron otra, más grande y engalanada, que comenzó a vender con precios inferiores, si bien con productos de dudosa calidad; se decía que pertenecía a una mafia competidora en el mismo sector y, de hecho, los llevó a desmontar el negocio y entregar el local.

Adalberto y su mujer sufrieron de nuevo, pues ya los ahorros no eran nada jugosos, por tener que estar sosteniendo los estudios de los hijos; Adalberto logró emplearse como administrador de una cafetería y su esposa se fue, en secreto, a buscar al hombre de las entregas misteriosas para ofrecerle de nuevo sus servicios, pero buena sorpresa se llevó al encontrar la casa abandonada, casi derrumbándose, y enterarse por vecinos de que el viejo desapareció sin dejar rastro. Esa misma semana, se logró arrendar el local para un salón de belleza, la moda del momento (o quizá de todos los tiempos). El salón ofrecía desde los motilados normales para hombres y mujeres, los cepillados y tinturas, hasta spa de uñas (que no arreglo de uñas) y masajes relajantes. Luz Elena resultó haciendo buena amistad con la manicurista y esta empezó a enseñarle el oficio, a condición de no hacerle competencia; le permitía atender a algunos clientes para que practicara y un buen día empezó un cliente ejecutivo a coquetearle; azuzada por las muchachas, Luz le aceptó una invitación a salir, con el mayor misterio. Dio la casualidad de que al día siguiente vino Adalberto a atender cualquier asunto relativo al local y lo “movió de foco” una bella masajista recién empleada; se las ingenió para pedirle el teléfono y no tardó en hacer una cita con ella.

Las empleadas del lugar disfrutaron morbosamente de las mutuas infidelidades de los dos esposos, pero estos no las materializaron, veamos por que. Luz Elena había quedado con su amigo en avisarle cuando podía salir, pues esperaba que Adalberto le informara de algún compromiso para ella escaparse; ese momento se llegó para el jueves siguiente, pues Adalberto le dijo el miércoles que tendría “una reunión con los de la agencia de arrendamientos”. Así que Adalberto salió a las 5 de la tarde para su “reunión” (con la masajista) y Luz Elena se voló a las 6, después de decirles a los hijos que iba a tomar un vino con su vieja amiga Margarita.

El esposo, camino a su cita, repensaba el asunto y se decía que no debería volver a las jugadas, como cuando estuvo saliendo con Clarita, pero el recuerdo de la imagen de la nueva chica, muy parecida a aquella, lo hacía reanimar; la esposa iba hecha un mar de nervios y haciendo amagos de devolverse, pero reconstruía en su mente al “churro” que la había invitado y reanudaba el camino. Llevaba un buen rato Adalberto en el cafecito esperando a la chica que no llegaba, cuando Luz Elena se frenó en seco faltando pocas cuadras para llegar al sitio de su compromiso, dio media vuelta y emprendió camino de retorno; pocos minutos después, llegó un hombre al mismo café donde se encontraba Adalberto, pidió algo de tomar y se sentó a esperar ansiosamente; los dos hombres en inquieta espera cruzaban miradas ocasionalmente y cada uno pensaba “a este lo van a dejar plantado, pero a mí, no”; a las 9 de la noche resolvieron simultáneamente, como si se hubieran puesto de acuerdo, no esperar mas y volver a casa.

El salón de belleza ganaba fama y crecía; Adalberto seguía administrando la cafetería, pues no quería repetir las dificultades económicas y además necesitaba estar ocupado; Luz Elena estuvo yendo muy poco al salón, para evitar un encuentro con aquel señor; el agua siguió corriendo bajo los puentes y el hijo mayor terminó bachillerato. Vino entonces la decadencia del salón de belleza, no se sabe por qué, será porque las damas se cansan de lo mismo, y entonces la clientela bajó a su mínima expresión; el local volvió, pues, a manos de Adalberto, y de nuevo se inició la ansiosa espera de un buen cliente.

Pero la situación económica general no estaba nada buena y pasaron varios meses en que tocó volver a apelar a los ahorros; por fortuna Adalberto había conservado su ocupación y Luz Elena empezó a arreglar uñas en casa. Por fin llegó una empresa interesada en tomar el local, pero en compra; se trataba de “Gananciosa”, la empresa de apuestas convertida en pulpo voraz; le dijeron a Adalberto “puede seguir disfrutando de su local desocupado o nos lo vende por lo que le ofrecemos; no subimos un peso”. Aceptó, pues, nuestro hombre que el monstruo ganara una más, después de haber hecho quebrar a muchos manejadores de apuestas y acaparado el monopolio respaldada por el gobierno de turno que le otorgó una concesión muy favorable y a largo plazo y de haberse convertido prácticamente en un banco al asumir el recaudo de cuotas de pago de créditos comerciales y el recaudo de impuestos, los giros monetarios y hasta la concesión de préstamos a particulares.

Por esas vueltas del destino, Adalberto perdió en malos negocios el dinero de la venta del local y poco después perdió el empleo en la cafetería, y a Luz Elena se le acabó su clientela de uñas y ambos terminaron como empleados de Gananciosa, con salario mínimo, trabajando en el local que había sido suyo.


domingo, 29 de octubre de 2017

MEDIO MILENIO DE UNA LIBERACIÓN

Esta semana se conmemora una efeméride significativa para la humanidad, los 500 años de la reforma luterana.  El 31 de octubre de 1517, el monje Martín Lutero envió sus “95 Tesis” al arzobispo de Maguncia y Magdeburgo y publicó una copia en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. 

El significado mas importante de este hecho fue que se empezó a resquebrajar el omnímodo poder de la Iglesia Católica, que se consideraba la depositaria de la verdad absoluta, que subyugaba al poder civil, perseguía a sus contradictores y condenaba las teorías científicas y filosóficas, manifestaciones artísticas y orientaciones políticas que no concordaban con su interpretación de la Biblia.

Los postulados de Lutero apuntaban principalmente a condenar las penas impuestas y las indulgencias concedidas por la Iglesia y la vergonzosa venta de estas últimas, como medio para recaudar fondos para la basílica de San Pedro.  Pero más allá de las denuncias de esta comercialización de la fe, lo que afloró con este hecho fue la profunda convicción de Lutero de que la relación entre el hombre y Dios no requería intermediarios, que las sagradas escrituras no requerían una interpretación única de la Iglesia por vía de autoridad y que los asuntos civiles y políticos son del resorte de los príncipes, no de los papas y obispos. 

Quizá Martín Lutero hubiera sido prontamente acallado y su rebeldía aniquilada, pues el papa León X lo llamó a retractarse, con la amenaza de ser perseguido por la inquisición, pero sus protestas ya habían tenido eco en muchos príncipes y, en especial, Federico III de Sajonia, “el Sabio”, lo salvó en la dieta de Worms (reunión de príncipes europeos, convocada para condenarlo) y lo protegió en su castillo de Wartburg para que la inquisición no lo apresara.

Calvino en Ginebra y otros prelados y sacerdotes en otros lugares de Europa introdujeron también reformas que llevaron a la creación de nuevos credos que, acogidos por diversos estados, en especial del norte del continente, consolidaron la ruptura definitiva con la todopoderosa iglesia romana y dieron impulso al desarrollo humanista, cultural, comercial, científico y técnico.


Que dentro del denominado “protestantismo” se hayan llegado a dar muchas corrientes más fundamentalistas, antihumanas y anticientíficas que el mismo catolicismo es ya otro tema de discusión; lo importante es el hecho de que la humanidad del hemisferio occidental se liberó a partir de 1517 del yugo que impedía el libre pensamiento y la autodeterminación.


miércoles, 25 de octubre de 2017


LOS RETOS DE JAIME ALBERTO
Relato


Jaime Alberto es un muchacho de 25 años que no hace mucho terminó su carrera universitaria y ya acumula unos dos años de experiencia en su trabajo. Allí en la empresa maneja buenas relaciones con sus compañeros, a saber, Teresa la misteriosa, que siempre lo saluda amablemente; Jairo el seudosicólogo, que lo estima mucho, según lo dice; Nicolás el pragmático que no lo mira muy bien, pero mucho le habla; Blanca la administradora de profesión, bonita y femenina, que le atrae fuertemente; Mauricio el estadístico que lo mira como con ganas y Rafael el abogado, muy místico, que vive dándole consejos.

Salen juntos con frecuencia a almorzar y ello ha ido consolidando un grupito muy amistoso. En la mesa se hacen chanzas, se ríen del jefe, se carcajean recordando chascos de otros funcionarios, comentan sobre fútbol, películas y música y también, en ocasiones, hablan en serio. Rafael, por ejemplo, ha insistido varias veces en la importancia de la meditación; “le hace aseo a la mente, refresca, predispone para cosas grandes”, y Jairo, el seudosicólogo, remata insistiendo en el “conócete a ti mismo”; “antes de meditar tengo que encontrarme a mí mismo, conocerme, solo así recibiré correctamente los beneficios de la meditación”.

Jaime Alberto ha intentado varias veces el ejercicio del autoconocimiento; se ha plantado frente al espejo del baño preguntándose “¿quién soy yo?” y se contesta “Jaime Alberto Barreneche Jaramillo, con cédula número 20.205.405”; “ahora ¿qué más me pregunto? – ah... ¡sí! dirección y teléfono – son tal y tal”; “mi edad, mi profesión,... mis gustos: el fútbol europeo, las baladas, el jazz, el rock sinfónico, el pescado y los mariscos, el ron y el brandy, las mujeres bonitas... ¿qué más? ¡No se, no se!, mas bien le digo a un amigo que me cuente todo lo que conoce de mi; los amigos lo conocen a uno mejor que uno mismo”. Y hasta ahí llegaba el intento.

En fin, a nadie tenía que darle razón de sus reflexiones, entonces seguía departiendo con sus compañeros, al lado de la cafetera y a la hora del almuerzo. Un día, comentando sobre aquel deportista que dejó el fútbol para dedicarse al ciclismo, hablaron Mauricio y Jairo de la importancia de trazarse un proyecto de vida, para andar seguros en busca del éxito. Quedó Jaime Alberto pensando, aparte de en las, para él fastidiosas, miradas que le dirigía Mauricio, en su falta de un proyecto de vida y ahí fue donde se le ocurrió que para encontrarlo debería hacer el ejercicio de meditar.

Se tendía en la cama, relajado y con luces apagadas, en plan de meditar, pero no sabía como empezar; trataba de dejar la mente en blanco, como le habían indicado, pero pronto ese blanco se pintaba de Blanca, la que tanto le gustaba; se pintaba de Bayern München, Mónaco, selección Colombia; se pintaba del informe sin elaborar en el trabajo; del dinero que le debía a un amigo; del carro que ansiaba comprar; del paseo que debía planear para vacaciones... Perdido, pasaba a pensar en el proyecto de vida; “¿que importa que me salte un paso?; un proyecto es algo concreto, la meditación es muy abstracta”. Después de muchas vueltas en la cabeza, lo vencía el sueño, se despertaba a las 2, se empiyamaba y ahora sí dormía “como un angelito” hasta el momento de castigar al despertador por inoportuno.

Comentó en el almuerzo sobre su frustrado intento de formular su proyecto; Jairo hizo una perorata que quizá ni él mismo se entendió; Nicolás lo llamó a ser práctico, a adoptar como proyecto algo concreto que quisiera conseguir a lo largo del tiempo, ya en bienes materiales, ya en progreso personal; Rafael le recomendó partir de su propia consciencia del objeto de su existencia, el que encontraría por medio de la meditación; Blanca le dijo que, sin dar tantas vueltas, tomara en cuenta sus propias capacidades y atributos, combinados con sus mejores sueños; fue la oportunidad de Mauricio para hablarle de “los tesoros que tú tienes; están a la vista y no eres consciente”; Teresa doró la píldora hablándole de los múltiples potenciales del alma, pero Blanca lo volvió a aterrizar en que debía partir de lo que el mismo se sentía capaz de hacer para conseguir con ello las aspiraciones personales mas significativas.

Se moría por Blanca, pero no era capaz de hablarle, más allá de los asuntos de trabajo y de las charlas en grupo. Era ella una morena bien proporcionada y con una linda carita de mirada juguetona y sonrisa conquistadora; hasta los adminículos de ortodoncia le lucían de maravilla. Ese martes llegó ella con su negro, lacio y brillante pelo cogido en dos trenzas que la hacían ver como una chiquilla traviesa, con una mirada coqueta en sus saltones ojos negros, luciendo un suéter rojo vivo muy ajustado, que hacía resaltar su par de lujosas delanteras, y un pantalón blanco forrado y reluciente que no permitía desviar la mirada de esa redonda retaguardia. Jaime se puso pálido al verla y tuvo que salir corriendo a tomar agua; recuperó los arrestos y se dirigió a buscarla en su escritorio, mas cuando lo fulminó con su mirada solo atinó a preguntarle como iba con el informe que le habían asignado para el miércoles.

Llegó por la noche frustrado a casa y sacó de una gaveta las revistas de Playboy que allí mantenía, para consolarse contemplando a aquellas a quienes no tenía que dirigirles la palabra, mas en pocos minutos recordó aquello de “alejar las tentaciones” y dejó las revistas junto a la puerta de salida con el firme propósito de llevarlas a la mañana siguiente, de salida para el trabajo, al depósito de elementos reciclables del edificio. Blanca merecía toda su atención, no se iba a desviar e iba a ser capaz de hacerle la corte. Quizás ella iba a ser la esencia de su proyecto de vida.

Salió temprano con las revistas bajo el brazo, las dejó sobre el material reciclable y debió devolverse al apartamento a recoger el teléfono celular, que había dejado olvidado. Al volver al primer piso, lo esperaba Gladys, la empleada del aseo del edificio, otro churro, menos pulido que Blanca, pero igual de joven y deseable; con una sonrisa socarrona, le preguntó si podía disponer de “esas” revistas; “claro, las he descartado”; “¿es que prefiere pasar de las virtuales a las reales?”; se sonrojó Jaime y dijo, como por salir del paso, “exactamente”; “yo puedo hacerle un contacto, conozco a alguien muy especial”; “ya veremos, voy de afán”.

Todo el día estuvo distraído en el trabajo; pensaba en la tentadora oferta, pero se le atravesaba Blanca, bien fuera pasando por el corredor o pasando por su mente; se decía que debía alejar las tentaciones, trabajaba algún rato y volvía a pensar en lo de Gladys. En el almuerzo, casualmente, Blanca no pudo estar porque salió para alguna diligencia personal y el tema que planteó Teresa fue el del autodominio, “llave de la vida espiritual, requisito para el contacto con los seres del más allá y buen compañero para lograr lo que se debe conseguir con esfuerzo”. Todos se preguntaban entre carcajadas si fue autodominio lo que les faltó a los jugadores de la selección Colombia, que no pudieron ganar el partido de la víspera.

Al final del día se dirigió a su apartamento decidido a buscar a Gladys a la mañana siguiente y aceptarle lo ofrecido. Pero al entrar a su recinto, de repente, se dijo “domínate, no hagas locuras”. Se preparó una comida ligera y se acostó, pero dio vueltas en la cama toda la noche, pensando a ratos que debía aceptar la oportunidad que Gladys le ofrecía y, a ratos, que debía ser prudente y practicar el autodominio. Saliendo del ascensor por la mañana, se encontró a Gladys de frente; “¡que casualidad!, dijo esta, acabo de entrar y me lo encuentro” (había llegado temprano para esperar a Jaime Alberto y aún no se había cambiado, para aparentar estar apenas entrando); estaba vestida de minifalda y buso apretado, sobre unos pechos sin sostén, muy maquillada y de uñas pintadas de rojo intenso. Al muchacho se le vino al suelo el “autodominio” y le disparó: “dame los datos del contacto”; “el contacto lo hacemos tu y yo, si te gusto”; “ehhh,... pues... pues sí, mamita, pero... ¿como hacemos?”.

Ella le pintó todo el plan en un instante, pues ya lo tenía bastante bien tramado: el iba a llegar temprano del trabajo como todos los jueves y se iban a su apartamento; para que nadie los viera juntos, el subía primero y después ella, que iba a tener aisladas las cámaras del primer y sexto piso, para que no quedara registro de su entrada y salida del apartamento. A el le pareció genial, le dijo que se encontrarían, pues, a las 5 de la tarde y se despidió picándole un ojo.

A las 10 debieron pasar a un pequeño auditorio para la charla de un asesor de la empresa sobre misión, visión y valores. Después de las consabidas pautas para la definición de la misión y la visión, se centró el hombre en una interesante discusión con Teresa y Jairo sobre los valores, a los que daban la mayor importancia porque serían los determinantes para no ostentar una misión vacía ni una visión anodina; el no comprometerse con unos valores claros y positivos impediría formular una misión válida o, incluso si se formulaba, no se cumpliría con un significado humano y social; y el no ser fieles a los valores a lo largo del tiempo impediría el llegar a materializar correctamente la visión.

Nueva preocupación para Jaime Alberto, quien resultó identificando su misión en la vida con su proyecto de vida y concluyó que para llegar a conquistar a Blanca tendría que adoptar unos limpios “valores morales”. Salió a almorzar resuelto a no concretar con Gladys lo pactado para esa noche y estuvo toda la tarde autoconvenciéndose de que iba a hacer gala de pleno autodominio e iba a despachar a aquella mujer sin mas explicaciones y le iba a dedicar la noche a la meditación.

Al abandonar la oficina por la tarde, pensó un momento en irse a un cine y llegar tarde al apartamento, de modo que la chica se hubiera ido, cansada de esperarlo, mas su talante honesto le hizo pensar que era mejor hablarle de frente y explicarle que no estaba dispuesto a correr esas aventuras; “encontraré las palabras adecuadas y la convenceré”. Apenas entrando al edificio, la encontró en el seductor atuendo de la mañana, con una cara de encanto y una pose incitante, y todas sus precauciones se le vinieron al suelo mientras la libido era la que se le alzaba. Solo supo decir “espera un ratico para subir; no conviene que nos vean juntos; te dejaré la puerta entreabierta”.

Entró Jaime Alberto a su guarida, cerró tras de sí la puerta, físicamente con el trasero, y se quedó recostado a ella pensativo; “¿que hago?; ¡esta mujer está muy buena! ¡No, no! No le puedo abrir” y le echó doble llave a la cerradura. Se fue a su habitación a descargar sus objetos personales. No mas ponerlos en su sitio, sonó el timbre. “¿Que hago? ¡Cómo la dejo afuera, eso no es de caballeros!”. Se dirigió a abrirle, ella lo miró entre asombrada y disgustada, el le dio la mano y la entró prácticamente arrastrada, pero al cerrar la puerta un impulso lo llevó a pegarse a ella y rodearla con sus brazos; comenzaron a besarse y, a partir de allí, el autodominio de Jaime Alberto se disolvió como azúcar en el agua.

El viernes, el jefe propuso un paseo dominical a un embalse cercano, para disfrutar de un bote inflable que se había comprado y ofreció su propio vehículo para llevar a algunos. Salieron pues el domingo muy temprano ocho personas, incluida la esposa del jefe, distribuidas en los carros del jefe y de Jairo, e iban llenos de fiambres y elementos de juego. El día estuvo muy bonito, pleno de sol y se situaron en una ribera empradizada, colocaron las cosas sobre la hierba y armaron una pequeña carpa que serviría para protegerse del sol o de una eventual lluvia; unos caminaron
hacia un punto de la orilla desde donde se podía pescar; el jefe salió con su esposa en el bote a remar un poco por las serenas aguas pues, como propietario y anfitrión, le correspondió el honor de ser el primero; se quedaron los demás, que eran Jaime Alberto, Blanca y Rafael, jugando sobre la hierba, primero con unos boliches plásticos, después con una pelota. Cerca del medio día regresaron los del bote hablando bellezas del paisaje aguas adentro y de los interesantes animales que se observaban; se animaron Teresa y Jairo a salir a su ronda por las aguas y los demás se quedaron empezando a preparar el almuerzo, incluyendo unos pequeños pescados que los improvisados pescadores se habían cobrado de la represa.

Después del almuerzo, todos hicieron una medio charla, medio siesta, sobre la mullida hierba y luego empujaron a Blanca y Jaime a salir juntos en el bote; no se hicieron rogar y salieron haciendo chanzas y recibiendo “recomendaciones”: “no muchos besos”, “no se queden en la isleta”; “no vayan a naufragar por estar entretenidos en lo que no se debe”... Por la forma del embalse, pronto quedaron fuera de la vista del grupo, entre bosques de pinos, y Blanca se mostraba algo nerviosa, pues indudablemente el Jaime le gustaba mucho, pero no se atrevía a demostrarlo; se lanzaban manotadas de agua; amagaban, en broma, a lanzar el uno al otro fuera de borda, se reían a carcajadas y así en ese gozo, como de niños pequeños, sin nada de romance explícito, avanzaron muy lejos dentro de la laguna y súbitamente empezaron a encontrar piedras y turbulencias y tuvieron que esforzarse para enderezar el rumbo y volverse hacia el punto de partida.

Todavía se extraviaron por uno de los brazos de la laguna y estuvieron muy solos en medio del apabullante silencio... Se miraban por largo rato y ninguno de los dos tomaba iniciativa alguna, Blanca por timidez, o tal vez pensando que la iniciativa la debe llevar el hombre, y Jaime porque la carga del “pecado” reciente le hacía pensarse indigno de esta mujer; también el susto de que empezaba a oscurecer y debían encontrar pronto el camino de regreso los inhibía completamente. Por fin llegaron y sus compañeros, que tenían todo preparado para salir y ya estaban preocupados por la larga ausencia, los miraron maliciosamente y les hacían preguntitas capciosas.

Durante las semanas siguientes, Blanca y Jaime se saludaban muy cálidamente en la oficina y buscaban oportunidades para conversar, aunque fueran meros asuntos de trabajo. Jaime Alberto volvió a sus intentos de meditación, ya no para encontrar el objeto de su existencia sino para hallar la manera de dar el paso con Blanca sin cargar con el consabido remordimiento.

Un viernes tenían celebración en grupo de la septembrina fiesta de “Amor y Amistad” a las 5 de la tarde en la oficina. Estuvo muy animado el intercambio de obsequios, deliciosas las bebidas y muy rica la tertulia; ese día parecían estar todos muy relajados, amigables y dispuestos. Cuando ya oscureció, propuso el jefe irse juntos a una atractiva tasca recién inaugurada para continuar las animadas conversaciones y comer. Ni cortos ni perezosos salieron todos para el sitio y ocuparon una mesa larga muy bien dotada. Al calor de los brindis y el gusto de las viandas, se animaron mas las conversaciones en los grupitos que se fueron conformando de acuerdo con la cercanía en la mesa (cercanía no muy casual, pues mas de uno buscó quedar situado junto a alguien).

El jefe se trenzó, sorprendentemente, en conversaciones de temas místicos con Teresa; de la cábala pasaron al horóscopo y de allí a las cartas astrales; Rafael empezó a discutir sobre reforma a la justicia con otro abogado de la empresa; hay quienes no se desprenden de los temas serios ni en los momentos de descanso; Jaime Alberto, Blanca y Nicolás continuaron una discusión sobre misiones y visiones que traían desde la tertulia en la oficina; Mauricio se las ingenió para buscarles charla a dos programadores jóvenes que se habían vinculado esa semana y se le veía muy animado con ellos.

Jaime, con los tragos, quería buscarle el lado a Blanca, pero no sabía como deshacerse de Nicolás, hasta que al rato un angelito lo salvó, Jairo, quien vino a proponerle una apuesta sobre fútbol; se fueron ambos a discutir lo suyo y la parejita quedó a sus anchas y, como los que los rodeaban estaban muy posesionados de sus respectivos temas, estos pudieron materializar el encuentro “a solas” que hacía tiempo quería cada uno volver a tener con el otro; pero se miraban y no sabían de que hablarse; tímidamente, cada uno le hablaba al otro del clima, de las bufonadas de un presidente extranjero, del ganador de los 60.000 millones con las balotas...

Similarmente Mauricio encontró que uno de los novatos programadores vibraba con él pero el otro era muy “serio”, y no pudo deshacerse del último ni con los mas ingeniosos subterfugios; así que siguieron charlando de temas generales, pero sin economizar dicientes miradas. Precisamente esto fue lo que les dio el motivo a Jaime y Blanca: esta le comentó “¿has visto como se miran aquellos?”; el contestó “así quisiera yo que me miraran”; “¿quién?”; “alguien que tengo cerca”. Con eso bastó para que ella le lanzara una tierna y conquistadora mirada y le tomara la mano; el enrojeció, pero le sostuvo la mano y se le soltó la lengua; volaron las confesiones sobre el reprimido amor de parte y parte y quedaron abstraídos del paso del tiempo.

Ya a media noche empezaron las despedidas y alguien que tenía vehículo ofreció llevar a casa a otro que era vecino suyo; entonces otros se pusieron de acuerdo para pagar juntos un taxi que los fuera dejando por el recorrido; Mauricio logró que el programador joven aceptara irse con el, y Jaime Alberto tuvo la valentía de invitar a Blanca a pasar juntos por otro lugar antes de volver a casa. 


viernes, 20 de octubre de 2017

Trozos de  "L’étranger" de Albert Camus


De esta obra que me fascinó, cuyo título ha sido, a mi juicio, mal traducido al español, destaco algunos pasajes que me impresionaron por las razones que allí expongo.
Digo que está mal traducido el título porque la palabra “étranger” tiene múltiples significados, tal vez todos con un mismo origen, pero ya muy diferenciados por el uso: extraño, ajeno, extranjero, forastero.  No encontré en la obra ningún extranjero, en el claro sentido que le damos en español a esta palabra: persona de otro país.  El protagonista desarrolla todas sus acciones, vive todas sus dichas y desgracias en su propio país, Argelia; en ningún momento es extranjero.  Su víctima tampoco es un extranjero; es de raza árabe, pero nada indica que venga de Arabia; más bien es uno de los muchos habitantes musulmanes del país, descendientes de remotos conquistadores árabes del norte del África.
En cambio, el protagonista sí es un hombre que desde el primer capítulo nos llama la atención por su extraño comportamiento, que no deja de serlo en los capítulos siguientes y aun mas extraño en la forma como se da su acción en el momento crucial de la obra.
Así que el libro en español no se debería llamar “El extranjero” sino algo así como “El extraño”.

I.

En este capítulo, nos narra el protagonista su asistencia al entierro de su madre.  Me llama la atención la manera como el autor pone el paisaje y el clima a representar esa desolación, angustia y sofoco que se sienten ante la muerte de un ser cercano.  Y es tan hondamente descriptivo, no obstante ser tan llano y conciso que, leyéndolo, siente uno el mismo calor y desespero que sintió alguna vez en cortejos fúnebres en tardes calcinantes.

Le ciel était déjà plein de soleil.  Il commençait à peser sur la terre et la chaleur augmentait rapidement.  Je ne sais pas pourquoi nous avons attendu assez longtemps avant de nous mettre en marche.  J’avais chaud sous mes vêtements sombres.
Ya estaba el cielo a pleno sol.  Comenzaba a asentarse sobre la tierra y el calor aumentaba muy rápido.  No sé por qué esperamos tanto tiempo antes de ponernos en marcha.  Sentía calor bajo mi ropa oscura.


À travers les lignes de cyprès qui menaient aux colines près du ciel, cette terre rousse et verte, ces maisons rares et bien dessinées, je comprenait maman.  Le soir, dans ce pays, devait être comme une trêve mélancolique.  Aujourd’hui, le soleil débordant qui faisait tressaillir le paysage le rendait inhumain et déprimant.
A través de las hileras de cipreses que llevaban a las colinas lindantes con el cielo, esta tierra colorada y verde, estas raras casas bien diseñadas, yo comprendí a mamá.  La vespertina en este país debía ser como un reposo melancólico.  Hoy, el desbordante sol que hacía reverberar el paisaje lo volvía inhumano y deprimente.


Je me suis aperçu qu’il y avait déjà longtemps que la campagne bourdonnait du chant des insectes et de crépitements d’herbe.  La sueur coulait sur mes joues.  Comme je n’avait pas de chapeau, je m’éventait avec mon mouchoir.
Caí en cuenta de que hacía ya rato que la campiña bullía con el canto de los insectos y el crujir de la hierba.  Me corría el sudor por las mejillas.  Como no tenía sombrero, me aireaba con el pañuelo.


J’étais un peu perdu entre le ciel bleu et blanc et la monotonie de ces couleurs, noir gluant du goudron ouvert, noir terne des habits, noir laqué de la voiture.
Me sentía perdido entre el cielo azul y blanco y la monotonía de los respectivos negro pegajoso del asfalto cuarteado, negro soso de las ropas y negro lustroso del coche.




Traducción libre con base en mi percepción de lo leído.  Se aceptan observaciones.

domingo, 15 de octubre de 2017


JACINTO Y SUS TRIBULACIONES
Relato

Jacinto Cuartas tenía una pequeña cafetería en el barrio Laureles, sobre una vía arteria, y siempre llegaba a abrir antes de las 7 de la mañana. Allí se le veía muy hacendoso disponiendo las mesitas de color, cada una con sus cuatro asientos de madera pintados de tonos suaves, limpiándolas muy bien todas con un trapo, barriendo, enderezando los cuadros que adornaban el local y colocando pequeños individuales y bonitos servilleteros, todo ello en la más completa soledad, pues no llegaban clientes a esa temprana hora, no obstante estar cercano a instituciones universitarias, centros de exámenes clínicos y una iglesia muy concurrida en la misa matinal.

La situación no mejoraba mucho en el transcurso de la mañana; alguien llegaba a tomar un café, alguien una gaseosa; algún pastel se vendía, unos chicles, pero hacia el medio día, a la caja habían entrado muy pocos billetes. Jacinto se rascaba la cabeza y se preguntaba por qué estaban tan malas las ventas si sus capuchinos eran más baratos que los de Doña Lolita, sus pasteles a mejor precio que los de Los Tejados, los jugos de fruta como a la mitad del precio de Cosechitas, sus ensaladas de frutas salían más favorables que las del Exitoso, y todo ello de igual o mejor calidad.

Durante la tarde, todo seguía igual; la melancolía lo iba invadiendo pero se le disipaba un poco cuando le llegaba algún amigo a hablar de fútbol o a rajar del gobierno. Un amigo muy frecuente era Roberto, el único con quien se atrevía a comentar sobre el mal estado de la cafetería, porque este sí se le había mostrado comprensivo e interesado en lo suyo, no como el común de los amigos que solo quieren mostrarse, en el sentido mas amplio de la palabra. Roberto le insistía en que cambiara de negocio, pues tenía una competencia muy afianzada y muy despiadada. Alguno de esos competidores es de larga trayectoria, le decía, y tiene una clientela cautiva que ni se da cuenta del alto precio relativo de su oferta; los otros son eslabones de cadenas también muy consolidadas, que igual tienen como hipnotizados a sus clientes haciéndoles creer que adquieren los productos de mejor calidad a un buen precio, y cuando logran percibir que es alto se engañan pensando que están pagando por una buena marca, calidad y “punto”; “por eso será que les dicen cadenas, porque tienen encadenados a sus compradores”.

Persistió muchos meses Jacinto, ilusionado con que lo iban a conocer poco a poco y mejoraría sus ventas notablemente con el paso de los días. Tal vez estaba “metiéndose mentirillas a sí mismo”, por el temor a cambiar. Entretanto, llevaba por la noche a su mujer e hijos, para la comida nocturna y el almuerzo del día siguiente, los jugos y pasteles que no se habían vendido y seguía acumulando cuentas por pagar. Finalmente, ya ni el alquiler del local estaba pagando y le pidieron que lo desocupara. Vendió “por palos de tabaco” el mobiliario y con ello compró mercado para una o dos semanas.

Cuando era muchacho, de familia de clase media, estaba estudiando su carrera universitaria, pagada por su padre, pero este falleció repentinamente sin dejarles mayores recursos y Jacinto debió buscar trabajo para ayudar a su madre y sus hermanos. Empezó trabajando en un banco, pero a los tres años salió liquidado en una “reestructuración”; de esas que hacen las grandes empresas para incrementar la “productividad" y la “competitividad” disminuyendo los costos y buscando mayor eficiencia del recurso humano; es decir, Jacinto tuvo que enseñar su trabajo a sus compañeros, pues fue suprimido su puesto de trabajo y se distribuiría la carga entre los que quedaban, sometidos cada vez a mayores exigencias, pero con el fatuo estímulo de pertenecer al banco más grande y prestigioso del país, con las mayores utilidades (de billones de pesos, que desfilan gota a gota por sus manos).

No demoró mucho, afortunadamente, en encontrar un trabajo en una empresa de entregas de pequeño tamaño, repartiendo correspondencia, pero en su propia bicicleta y contratado por una intermediaria de servicios temporales, por el salario mínimo, que se le reducía casi a la mitad con todos los descuentos que le endilgaban. Además se sentía mal “haciendo mandados”, cuando ya había estado en menesteres de oficina. El día que tuvo un percance con la bicicleta y se presentó con raspaduras en piernas y brazos, su humilde vehículo casi destrozado y la correspondencia sin entregar, fue inhumanamente despedido, sin apelación posible.

Juzgó que el accidente fue una llamada de la suerte, pues al día siguiente fue recomendado por un pariente rico para un trabajo como auxiliar de oficina en una empresa de alimentos que se encontraba en pleno crecimiento; allí fue enganchado, se fue haciendo a la rutina y al cabo de un tiempo le propuso matrimonio a su novia María Elena. Unos meses después, todavía dotando el hogar, ocurrió que la empresa fue comprada por la gran compañía de alimentos de la región que ya se adueñaba del mercado nacional en varios ramos y progresaba absorbiendo a empresas más pequeñas, de galletas, de helados, de confites, de conservas, de carnes frías, de chocolates, de empaques, de distribución, después de hacerles jugadas de mercadeo que las ponían a tambalear. Tambaleando quedó también Jacinto con su despido por causa de la “racionalización” impuesta en la planta de personal por la compañía absorbente.

Ahí se dio la primera temporada familiar de privaciones y ansiedades. La madre de Jacinto les ofrecía algunas sopas a la semana y el padre de María Elena les ayudaba para el alquiler; esta empezó a colaborar por unos pocos pesos en el pequeño restaurante de una amiga, renunciando a sus estudios de secretariado y Jacinto seguía buscando desesperadamente empleo; muchas hojas de vida distribuyó y en muchas agencias de servicios temporales se registró y de a poco lo fue envolviendo la niebla de la depresión.

Toda la familia estaba ansiosa con la situación de Jacinto y María Elena y recurrían a amigos y conocidos en busca de una oportunidad de empleo, hasta que José Heriberto, primo segundo, le propuso al muchacho recomendarlo con una empresa de taxis de un amigo que estaba buscando conductores. Jacinto hizo, pues, los trámites de adquisición del pase de taxista, con dinero prestado, y comenzó a manejar un vehículo viejo y desajustado que le entregaron. No había día que no tuviera que arremangarse a limpiar el carburador o calibrar las bujías, tensionar la guaya o los frenos, ajustar las válvulas o cambiar algún cable y muchas veces le tocaba llevar el carro al taller para un arreglo de mayor complejidad; esto le valía discusiones con el propietario, quien se asustaba con los costos y lo acusaba de maltrato al aparato.

En fin, algún par de años estuvo manejando el taxi, hasta que el propietario, atravesando alguna dificultad económica y cansado de los gastos que le daba el viejo tiesto, resolvió venderlo y dejó a Jacinto nuevamente “en el asfalto”. Por suerte, en pocos días se enlazó Jacinto otra vez con un grande, una compañía de seguros orgullo de la región. De hecho, le tocaba trabajar una vez más como casi que mandadero, pues debía hacer muchas visitas para colocar nuevas pólizas de seguro y así devengar comisión, pero le pintaban el maravilloso panorama de la solvencia económica alcanzada por don Manuel y don Rigoberto (que llevaban 40 años con la compañía y ya tenían acaparada la mejor clientela). La prepotente compañía mostraba balances billonarios mientras Jacinto tenía que defenderse con unos pocos miles, esto cuando lograba vender o renovar pólizas que las águilas de la misma y de otras compañías no le arrebataban de las manos.

Se quejaba Jacinto de lo bajos e inestables que eran sus ingresos en los seguros, sobre todo desde que llegó al país la internacional “Mafdre”, y lo escuchó su amigo Gilberto, quien le sugirió entrar a estudiar programación en horario vespertino en un instituto. “Con la libertad de horario que tienes puedes ponerte a estudiar y dentro de un año vas a poder trabajar en sistemas; los sistemas son lo que está dando ahora”. Se metió pues el muchacho a estudiar programación y al cabo de un año, sin haber dejado sus seguros, salió muy diestro en desarrollar código en uno de esos lenguajes tipo “Visual”.

Como se le seguían agotando las “cuentas” que manejaba de seguros, buscó trabajo en las compañías de desarrollo de software, hasta que por fin fue enganchado como programador en una cuyos pomposos nombre y lema daban a entender que solucionaban problemas del cielo y de la tierra. Se sembraba Jacinto a las 7 de la mañana en su asiento frente al computador, contiguo a otros cuatro compañeros y delante y detrás de otras varias filas de laboriosos digitadores. La bella ilusión de crear soluciones ingeniosas en la mágica máquina se esfumó: tenía que limitarse a escribir instrucciones de código en formato preestablecido para desarrollar las operaciones indicadas por las especificaciones que ya venían definidas por el analista. El bello cuento de que los sistemas son los que “están dando” también se vino al suelo: salario mínimo por salir a las 6 de la tarde, después de la agotadora jornada, porque había que trabajar las 48 horas precisas de lunes a viernes para poder tomar el sábado libre y no le tomaban en cuenta la hora que podía utilizar para almorzar.

No llevaba más de un año Jacinto en este empleo y ya estaba casi a punto de buscar sicólogo, cuando Margarita, una amiga de la familia, lo ilusionó con la idea de las ventas por catálogo; ella tenía trayectoria de seis años con Armwave y nunca le habían faltado recursos para alimentarse junto con su hijita y darle el estudio y además “se pueden ganar premios fabulosos – yo ya hice dos viajes con la niña”. Y sin mucho insistirle lo convenció de renunciar a su trabajo y arrancar con las ventas y lo recomendó en la compañía. “Toma en cuenta además la libertad de movimiento que vas a recuperar – Tú manejas tu tiempo, como cuando vendías seguros”.

Empezó, pues, Jacinto con una sesión de entrenamiento en las técnicas de ventas: cuidado de la imagen personal, ofrecer ventajas y no productos, saber convertir las negativas en aceptaciones, conservar la calma... Al día siguiente salió a visitar con sus folletines a sus antiguos colegas de trabajo en la compañía de alimentos, el banco, los seguros, etc. Solo logró colocar revistas en algunas manos, con la promesa de que las estudiarían cuidadosamente para definir qué les interesaba. Llegó desanimado a donde María Elena, pero ella lo tranquilizó explicándole amorosamente que así funcionaba ese sistema, que nadie compraba de una vez, y le prodigó algunas tiernas caricias que al fin los llevaron a la cama.

Continuó el hombre con la campaña, revisitando amigos que se habían mostrado dudosos, visitando amigas de María Elena, recorriendo toda la familia de el y de ella y hasta aventurándose con desconocidos. Además, hizo más cursillos apuntando a mejorar su efectividad vendedora. El hecho es que después de muchas fatigas le comenzaron a caer pedidos; cositas baratas, pero “por algo se empieza”. Un tiempo después, se iba consolidando, pero también iba creciendo la cartera porque comenzó a dar “fiados”, es decir, vender a crédito, mientras le tenía que pagar en efectivo a la compañía promotora. María Elena le rogaba que no fiara mas, pero el era muy confiado y, con tal de colocar productos, daba largos plazos para el pago. Al final, en lugar de sacarle ganancias a las ventas, tuvo que comenzar a hacer préstamos para cumplirle a la compañía, hasta que reventó y no pudo vender mas.

Fue un viejo amigo, Bernardo, quien hacía tiempo no lo veía y lo encontró al borde del suicidio, por así decirlo, quien se compadeció y le propuso montar la cafetería con dinero que el mismo le prestó. Se animó y buscó local en un punto que parecía muy estratégico, arrancó con el negocio y a duras penas fue librando muy despacio la deuda con el amigo, pues las ventas no “despegaban” en forma; siguió malcomiendo con su familia hasta que llegó a la situación que ya conocemos y quedó nuevamente desocupado y desprovisto de medios, buscando angustiosamente un empleo o una nueva oportunidad en este medio donde su iniciativa privada no prosperaba por las pobres condiciones del mercado y el alquiler de su capacidad de trabajo no le producía justas contraprestaciones; y, en ambos casos, las causas se podrían hallar en la fuerte distorsión introducida por los poderosos acaparadores. 




miércoles, 11 de octubre de 2017

DE ERNESTO SABATO, EN "ABADDÓN, EL EXTERMINADOR"



Encontrando justificaciones para escribir, después de profundas vacilaciones:

Alguna vez le había dicho a Martín que podía haber cataclismos en tierras remotas y sin embargo nada significar para alguien…  Y de pronto el simple canto de un pájaro, la mirada de un hombre que pasa, la llegada de una carta son hechos que existen de verdad, que para ese ser tienen una importancia que no tiene el cólera en la India.  No, no era indiferencia ante el mundo, no era egoísmo, al menos de su parte: era algo más sutil.  Ahora mismo, se decía, niños inocentes mueren quemados en Viet Nam por bombas de napalm: ¿no era una infame ligereza escribir sobre algunos pocos seres de un rincón del mundo?…  Pero no, se rectificaba.  Cualquier historia de las esperanzas y desdichas de un solo hombre, de un simple muchacho desconocido, podía abarcar a la humanidad entera, y podía servir para encontrarle un sentido a la existencia…  Claro, era lo bastante honesto para saber (para temer) que lo que el pudiese escribir no sería capaz de alcanzar semejante valor.  Pero ese milagro era posible…

Haciendo últimas correcciones a una novela suya, antes de su publicación:

Hacía la tarea con descreimiento, tanto me daba esa página como cualquier otra: todas eran imperfectas y torpes; en cierta medida porque cuando escribo ficciones operan sobre mí fuerzas que me obligan a hacerlo y otras que me retienen o me hacen tropezar.  De donde esas aristas, esas desigualdades, esos contrahechos fragmentos que cualquier lector refinado puede advertir.

Una de sus tantas protestas:


Esas idioteces inventadas por el humanismo abstracto: todos los hombres son iguales, todos los pueblos son iguales.   Había hombres grandes y hombres enanos, pueblos gigantescos y pueblos chiquitos, así.

Profunda reflexión sobre el arte:

…el arte es liberador y el sueño no, porque el sueño no sale.  El arte sí, es un lenguaje, un intento de comunicación con otros.  Gritas tus obsesiones a otros, aunque sea con símbolos.

Otra sabia reflexión sobre como nos representa nuestro rostro:

…no bastan los huesos y la carne para construir un rostro… es algo infinitamente menos físico que el resto del cuerpo, ya que está calificado por ese conjunto de sutiles atributos con que el alma se manifiesta o trata de manifestarse a través de la carne.

Sobre la literatura y su significado político:

El dilema no es literatura social y literatura individual… El dilema está entre lo grave y lo frívolo.

Su desencanto con las revoluciones:

Las revoluciones parecen preferir siempre el arte reaccionario y superficial.
Porque toda revolución, por pura que sea,y sobre todo si lo es, está destinada a convertirse en una sucia y policial burocracia, mientras los mejores espíritus concluyen en las mazmorras o en los manicomios.

Varias frases sueltas:

  • El infierno es la mirada de los otros.
  • Tengo vergüenza, por lo tanto existo.
  • Lo esencial en la obra de un creador sale de alguna obsesión de su infancia.
  • Pocas soledades como la del ascensor y su espejo.



  Una navidad sentida La pelirroja Ángela y el rubio Daniel han salido a caminar en esta noche de principios de diciembre tibia y luminosa, ...