LA MUDANZA
Cuento inspirado en el escrito de José Guillermo “Memo” Ánjel, “Sobre tanta cosa que sobra” en
su columna de el diario “El Colombiano” el 4 de noviembre de 2017. Se toman algunas de sus
expresiones textualmente.
Memo Arcángel y Cata Escobar vendieron su apartamento que habían habitado
por 15 años, para comprarse uno mas moderno con mejores comodidades, con
dos garajes, si bien más reducido en la parte habitable; situado en un buen punto
de Laureles, pues ya los tenía aburridos la estrechez de vías y de andenes de El
Poblado, sus congestiones y también sus pendientes.
“Memo, ¿te acuerdas cuando es el trasteo?” (coloquial término usado en nuestro
medio para las mudanzas); “a ver... ¿no es como el 15?”; “¡hoy estás muy lúcido!
¿y que día es hoy?”; “¿no es como 10 u 11?”; “¡por Dios! hoy es 12 y ya de noche;
nos quedan dos días para empacar ¡que locura!”; “fresca... eso es muy fácil”; “ah,
¿si? ¿ya trajiste las cajas que te encargué?”; “¡huyyy! ya voy a la tienda de don
Edwin; el me regala todas las que necesite”; “¡corriendito pues!”
Llegó con las cajas, comieron cualquier cosa y de una vez empezaron a empacar.
Les pareció que lo primero debían ser los libros, pero tuvieron que reempacar en
cajas pequeñas los de la biblioteca de la sala, que impensadamente metieron en
una caja muy grande y quedó imposible de mover. “No pasa lo mismo al acomodar
el saber de esos libros en nuestra mente, dijo Memo; mientras más saber
tengamos, más fácil nos movemos en la vida”.
Por cierto, entre los libros redescubrieron una enciclopedia de bricolaje que Memo
compró años atrás por fascículos sin que le faltara uno solo, porque el primo
Ricardo, tan práctico y además tan diestro en el manejo de herramientas, le había
contado que la estaba coleccionando y que había encontrado muy buenas
sugerencias en ella y entonces, por mero prurito de imitación, la emprendió,
convencido de que iba a crear muchas soluciones domésticas. En un trasteo es
donde uno se entera de todo lo que tiene, dijo Memo; “Pero esa la tienes sin
estrenar”, le respondió Cata; “es cierto, y hay que empezar a salir de cosas, porque
allá no cabe una biblioteca grande, ni muchas otras cositas, en ese apartamento
tan pequeño; cada vez nos movemos a espacios más estrechos; mandemos esta
enciclopedia al reciclaje, y quizá también algunos libros ya leídos”; “¡no! un libro, un
buen libro, es un tesoro; aunque lo ya leído está incorporado a nuestro saber, lo
está de manera general y con frecuencia hay que precisar detalles, o simplemente
darse el gusto de releer pasajes que nos parecieron exquisitos, enriquecedores”;
“tienes razón, Catica”.
Al día siguiente, desmontando su pieza, descubrieron como se fueron llenando de
cosas a lo largo de sus 12 años de matrimonio. Veamos. Empezando con los
adornos, que es lo primero que se puede guardar, se toparon los tres toritos de
pewter, todos empolvados; “se los podemos dar a Juan Pablo, el primo
coleccionista; tiene como cien animalitos”; “vale, y también a mi amiga Clarita,
estas bailarinas”. En el librero de la habitación, se encontraron unas obras ajenas
olvidadas, que ni leídas estaban; “¿cómo es posible que no te hayas leído ‘El
Extranjero’, que te prestó Santiago?”; “ni tu has pasado los ojos por ‘Rayuela’, que
es de Verónica”; “vamos a devolver todo lo prestado, por ahora, para seguir
saliendo de cosas; después nos los volverán a facilitar”; “pero si es para leerlos de
verdad”; (besito).
Encontraron también, en un rincón de un cajoncito del closet, el destornillador
eléctrico que Memo buscaba y volvía a buscar cada vez que tenía que hacer una
pequeña reparación doméstica; en otro cajón, unas pinzas de arquear pestañas
que Cata estuvo buscando como loca. Volcaron a la caja de basura unos 200
discos flexibles de 1,4 MB y un rebobinador de Betamax. Tuvieron que deshacerse
también de muchas sosas películas hollywoodenses que, en lugar de alquilar,
habían comprado, dizque para ir armando su propia “cinemateca”, e igual un
montón de modelos coleccionables ya deteriorados y sin mayor gracia. “No
éramos inteligentes, dijo Cata, le dimos más importancia al deseo y ahora
cargamos con su lastre”; “igual nos pasa en nuestra forma de pensar y actuar,
pues rellenamos el cerebro con muchas cosas inútiles que nos confunden”, le
acotó Memo.
Al pasar por la pieza del niño, al día siguiente, tuvieron buenos tropiezos porque el
pequeño se aferraba a todos los juguetes viejos e inservibles, los libritos de
colorear destrozados, los viejos álbumes a medio llenar, las cachuchas con rotos y
color mareado... Todo lo metieron a las cajas, con la secreta intención de retirar
por la noche muchas cosas, cuando el estuviera dormido. Solo una cosa no le
interesaba al muchacho: la ropa de bebé y niño caminador que, en cantidad, tenían
guardada en los entrepaños altos de su clóset, que se suponía iba a volver a
prestar su servicio cuando “encargaran” el segundo; ahora la disputa fue entre
ambos miembros de la pareja; “esto ya no se necesita, ¡directo al reciclaje!”;
“¿cómo se te ocurre? todavía puede llegar”; “¿después de tantos años? ¡yo no le
juego a eso!”; “todavía ‘jugamos’ cada rato”; “pero distinto”; “bueno, pues,
salgamos de eso; igual, no va a caber allá”.
Le tocó el turno a la cocina; allí desfilaron para ellos una serie de ollas de aluminio
quemadas, ollas de cristal con bordes despicados, las de peltre desportilladas, y se
preguntaban si su relación no tenía similares deterioros. También se preguntaban
si salir o no de los ingenioso aparaticos inventados para “simplificar” el trabajo: un
curioso pelayucas al que se le reventaba siempre el hilo de acero inoxidable que
debía separar la corteza; el escurridor centrífugo de verduras al que se le atascaba
el engranaje; el cascanueces que disparaba las nueces intactas hacia todos los
lugares de la casa; el destapador con linterna y ventiladorcito, que se le atascaron
las aspas, alumbraba menos que una luciérnaga y se “comía” la batería en un par
de destapadas; “son como los amigos interesados, decía Memo, que creen estar
haciéndonos grandes favores, pero nos meten en líos”.
Hasta allí en la cocina encontraron objetos que les fueron prestados hacía tiempo y
otros que también hacía tiempo que no funcionaban, de esos que “se puede
arreglar” y nunca se arreglan. Cata se “paró en las de atrás” y dijo “Luis Guillermo,
aquí sí se va a acabar el desorden; vamos a resolver qué se regala y a quién, qué
se devuelve, y qué se bota; nada de esto tiene contenido sentimental como unas
cositas de la habitación que no me dejaste descartar”.
La última noche se acordaron del cuarto útil y bajaron alarmados, pensando en
todo lo que les faltaba y en el reto de reacomodarlo en un cuarto mas chiquito en la
nueva vivienda. Aquella cosa se podía llamar mas bien el “cuarto inútil", pues allí
habían ido a dar todas esas cosas que ya no se necesitaban arriba en el
apartamento, ni en el carro, pero “qué pecado botarlas”. Una silla a la que faltaba
una pata; un triciclo con un eje de rueda roto; un gato hidráulico con escape de
aceite; un hornito con las resistencias quemadas y el control estropeado; unas
espumas aislantes de sonido que Memo había querido instalar en las paredes del
estudio-sala de música para tener una prístina escucha; un colchón viejo y ajado,
“por si alguien llega”; las cajas de todos los aparatos comprados en muchos años,
porque para el reclamo por garantía (que solo cubre un año) se requiere
reempacar el artículo en la caja original; un ajedrez incompleto, porque “las piecitas
se pueden mandar a tornear un día de estos”; una inmensa colección de
suplementos literarios dominicales que nadie mas volvería a leer; entre otras mil
cosas. Reflejo fiel del trato que se le da a los asuntos de trabajo, a las
necesidades familiares, a los desajustes de la relación: dejar por ahí pendientes
para “un día de estos”. Por eso es necesario salir del basurero en el que estamos,
en el real y el mental.
Ya a las 2 de la mañana, abrazados en la cama, rendidos del cansancio,
reflexionaron todavía unos minutos sobre el significado de los esfuerzos que se
hacen para producir los cambios en la vida. Este traslado físico a otro lugar les
costaba dinero y desgaste y hasta algunos roces personales por desacuerdos en
los detalles, pero vivirían bonitos momentos de satisfacción al llegar a lo nuevo y
deseado. Les quedaban otros cambios, ya no físicos, pendientes desde mucho
tiempo atrás, con los que no se habían comprometido en hacer esfuerzo alguno:
Memo, dejar de ser coqueto, iniciar en serio el plan de ahorro voluntario en la
cooperativa, entrar al curso de apreciación musical tan aplazado y resolver si
seguía aguantando golpes bajos en su actual trabajo o se decidía a buscar otro
horizonte; y Cata, eliminar los souvenirs que guardaba de su antiguo novio y con
frecuencia contemplaba a escondidas, tratar con mas paciencia al niño, que cada
rato tenía que sufrir sus rabietas, y decidirse a iniciar la maestría largamente
acariciada.
Carlos Jaime Noreña
cjnorena@gmail.com
ocurr-cj.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario